Por María del Carmen Francone.
Corría más o menos 1964 o `65 quizás, cuando mamá, por colaborar con la economía familiar, comenzó a trabajar en el hospital, por aquellos años dirigido por las Hermanas de la Congregación del Calvario.
Mi hogar, un hogar de laburantes con familia, que hoy podríamos decir, numerosa. Cuatro hijos, muy seguiditos, entrando todos en la adolescencia y que devoraban todo lo que encontraban a su paso, sobre todo los 3 varones luego de un buen partido de fútbol.
Había en el hospital, una monjita, alta, bien flaca y entrada en años (tal vez era mi percepción a mis 12 o 13 años) que cocinaba como los dioses; la hermana Gertrudis. Ella fue la que le acercó a mi madre la receta de estas masitas que todos hacemos en la familia y que terminamos bautizándolas con el sobrenombre de mamá: masitas «Chunga».
Ellas acompañaron muchas veces nuestros enormes tazones de campo con leche chocolatada y calmaron nuestra voracidad. Son económicas, fáciles de hacer y muy rendidoras. Si se estira finita la masa salen bien sequitas y muchas y guardadas en frascos se conservan bastante tiempo. Eso sí, horno bien caliente y en unos minutitos estarán listas.
RECETA:
3 claras batidas a nieve.
3 yemas.
1 taza grande de azúcar.
1 pocillo (tamaño té) de aceite.
Ralladura de limón o naranja.
Harina leudante la cantidad que absorba (casi 1 kg)
PREPARACIÓN:
En un bowl poner las yemas, el azúcar, el aceite y la ralladura y mezclar todo suavemente. Agregar las claras a nieve y por último la harina, de a poco hasta alcanzar la consistencia deseada. Estirar bastante fina la masa, cortar con la forma deseada, poner en placa apenas humedecida en aceite y cocinar a horno más bien fuerte.
