Sabores y Aromas del Ayer. (Relato de Paola Aimo).
Corría el año 1920, aproximadamente, cuando un matrimonio de jóvenes con sus tres hijos llega a Gálvez. Venían de la ciudad de Rosario, a la que habían llegado desde Italia, como tantos otros inmigrantes, escapando de la guerra.
Se instalan en la ciudad y por calle Mitre, a lado de donde hoy se encuentran los Bomberos Voluntarios, llevan adelante el negocio de fabricar jabón, producto que mi bisabuelo se encargó de repartir en bicicleta llegando hasta la localidad de María Juana.
Después de unos años y habiendo realizado el oficio en la ciudad de Rosario, en la aún hoy vigente panadería «La Europea», deciden abrir una panadería en lo que hoy es la avenida 20 de Junio, a la que le pusieron como nombre “Cosmopolita”. La inauguración fue el 4 de Febrero del año 1929 y el emprendimiento fue sostenido por la familia.
Mis bisabuelos Miguel Aimo y María Poliso tuvieron tres hijos: Carolina, Armando y Miguel. Dos de ellos, los varones, siguieron con el oficio y Carolina una vez independizada de la familia, se trasladó a vivir a Rosario donde allí transcurrió su vida. Tía Carola, para nosotros y a quien recordamos con tanto cariño siempre por ser tan buena conmigo y con mis hermanas. Cada vez que venía a Gálvez recuerdo que charlábamos durante mucho tiempo y ella nos contaba cosas de su infancia.
La Panadería de Aimo, como siempre fue conocida en la ciudad, tuvo algunas características particulares que hicieron que quede en la memoria de sus habitantes generación tras generación.
Tal es así que aún hoy en la calle seguimos escuchando muchas historias referidas a mi abuelo sobre todo, quien repartió durante toda su vida el pan en una volanta, juntando en esos recorridos muchas anécdotas y muchos amigos.
Entre los años 30 y 40, y por muchos años más, mi abuelo se encargaba de la parte “social” (salía muy temprano y volvía pasadas las diez de la noche. Dicen todos que mientras iba repartiendo se quedaba charlando en cada lugar y así se hacía interminable el reparto de pan y tortitas negras, la novedad de ese momento). Y mi tío abuelo, tío Armando así conocido por todos aunque su verdadero nombre era Ermaldo; él se encargaba del trabajo de la cuadra, de la producción, con la ayuda de su hermano. Aunque también algunas veces a la semana llevaba pan a Irigoyen en un Rugby adonde conoció a la que luego sería su novia y por siempre su esposa, Elsa Bertolio. Iba por los campos de las familias Vercelli, Garnero, Bertolio, entre otras. Mi abuela Inés era la encargada de la atención al público, junto a mi bisabuela María. Por aquellos años hicieron una gran clientela “a libreta” como se le decía por entonces. Muchos clientes colonos que tal vez venían a la ciudad una vez por semana a proveerse de mercadería y a hacer trámites, llegaban hasta la panadería a buscar el tradicional “pan gordo”, un pan bastante grande que por su forma y tamaño podía conservarse varios días más que cualquier otra variedad de pan. En las paneras del negocio se podía encontrar el pan que mencioné antes, pan varilla, pan felipe, biscochos salados y de chicharrón, la tradicional galleta criolla y entre las facturas, las jesuitas y las tortitas negras se destacaban. Un poco más adelante en el tiempo llegaría el pan de leche: producto que nos acompañó durante todos los años que el negocio estuvo funcionando (siempre con la misma receta), y producto que aún hoy es recordado por muchos de los galvenses.
Por el año 1983, mis padres Miguel Aimo y Norma María Berra, emprenden quedarse al frente del negocio familiar, ya que unos años antes mi abuelo fallece, dejando tanto a tío Armando y a su mujer Elsa Bertolio como a mi abuela con la continuidad del trabajo. En ese mismo año cambia de nombre y deja de llamarse “Cosmopolita” para pasar a ser Panadería “Miguelito”.
Hablando de algunas de las características particulares que tuvo la panadería, por los años 90 se convirtió en una especie de negocio de paso. Sus puertas estaban abiertas a toda hora. En época de verano, los jóvenes esperaban ansiosos la madrugada para llegarse hasta la panadería y comprar las facturas calentitas para el mate. También a la salida de los recordados “pata pata” que organizaba el Club Sporting, desfilaban chicos y chicas por ese pasillo que tantas veces los guareció de lluvias y tormentas de viento. Y por supuesto, los empleados de las distintas fábricas que pasaban y se llevaban sus facturitas o sus panes para el almuerzo. La panadería abría sus puertas a las 6 de la mañana.
Tradicionalmente se mantuvo ese horario hasta el día de cierre, y los clientes, ya acostumbrados, iban llegando desde tempranito de todas partes de la ciudad a comprar el pan. Aún hoy están en el recuerdo aquellos clientes que venían del otro lado de la ciudad a hacer sus compras. Don Barrios, Don Mío y Quico Zapata llegaban desde barrio Arana. Isabel Catalano y su hermano, de barrio Florida. La familia Mancilla desde la entrada este de la ciudad. Don Figueroa desde Barrio Pedroni. Nelson Raimondi desde Loma Alta. La familia Colussi, Butto, Rivera, Burini, Brizio, entre otras, que venían desde el campo y tantos otros clientes que día a día se acercaban a obtener nuestros productos.
La panadería no hubiese funcionado tantos años sin un parte fundamental que la sostenía: sus empleados. Uno de los primeros fue Villalonga, padre de Inés y suegro del dueño de uno de los bares históricos de nuestra ciudad: Santa Anita. Este señor Villalonga durante mucho tiempo trabajó con mis bisabuelos. Más tarde llegaron los hermanos Pignocco, Cuis y Chueco, así los conocían todos. Ambos trabajaron durante muchos años.
Corría el año 1985 y un amigo de papá Cholín Periotti, panadero él, le presta las instalaciones de su panadería en Loma Alta para elaborar Pan Dulce para llevar a una panadería que revendía el producto, en Coronda. Cholín además de ser amigo de papá era también parte de nuestra familia. Una persona sumamente positiva y siempre predispuesta. Generoso, simpático y amigo de todos. La figura de Cholín siempre fue de importancia dentro del ámbito de la panadería. Él colaboraba en cada fiesta de Pascua, en cada Navidad y Año Nuevo. Y fue él quien le enseñó a mi mamá a hacer el budín Inglés con una receta increíble, como así también bizcochuelos y piononos.
Por el año 1989, entrado en años ya, y fallecido, años antes, su hermano Chueco; Cuis Pignocco decide dejar. Entonces tío Armando le enseña el oficio a quien sería durante muchos años el “Maestro de pala”: Miguel Centurión. También le enseña a mi hermano Adrian. Por la panadería han pasado muchos jóvenes ayudantes y con ganas de aprender, con los mismos que siempre se generaba un vínculo de compañerismo y amistad .Por esos años, mis hermanos ya adolescentes, empezaban a aprender el oficio y a desempeñarse en la pastelería y una de mis tías maternas; Graciela, atendía el negocio. Al tiempo que mis papás, contratan para que venga a Gálvez un repostero de renombre de Rosario que trajo novedades que aquí todavía no se veían. Ricardo Calvo trabajó durante varios años engrandeciendo la firma comercial y haciendo desde ese momento en adelante, que los productos de repostería, tanto tortas como postres, sean degustados en pueblos vecinos. Se sumaron clientes de López, Belgrano, Santa Clara, Irigoyen, Arocena y Coronda.Y por esos años, se tomaban pedidos de tortas para grandes festejos y se trasladaban en una camioneta carrozada, propiedad de mis padres.
Años después le ayudaba a mamá Nidia “Nini” Balaudo, quien trabajó durante muchos años y a quien todavía recuerdo cuando llegaba bien tempranito, antes de las 6 a preparar las paneras y las vitrinas con cosas dulces. Siendo la mayor de tres hermanas, entre el 89 y el 90, comienzo a ayudar en la atención al público, tarea que nunca dejé de hacer. Y otra de mis tías, colaboraba en la casa y en la limpieza de la panadería.
Por entonces, los tres bares de la zona céntrica eran nuestros clientes: Santa Anita, Bar Prus y Reviens. A partir de los jueves, a veces miércoles, ya empezábamos a abastecerlos de diferentes productos. Entre estos clientes, también estaba el recordado Comedor de Don Ríos, en la esquina en donde hoy se encuentra “La Cueva”, San Martín e Irineo Dorato y La Parrillada “El Triángulo” de Gimenez, ubicada frente a la plaza de las banderas. El comedor de Don Rosales, ubicado en calle Mitre antes de llegar a 20 de Junio, también formaba parte de la clientela.
Entre los proveedores se encontraban: el recordado Mario Huber, representante de Harinas UCAL y a quien mi mamá conocía desde la adolescencia ya que ella había trabajado en el comedor de su familia ,“Comedor Richard ” que estaba ubicado donde hoy funciona la zapatería “Big Ban”, por calle Sarmiento. Mario no solo nos abastecía de harina sino también de los productos CALSA. Don Seara que venía a vender harinas del Molino María Juana. Abel Priotto desde Irigoyen que nos vendía materias primas varias y también nos hacía chistes!! Uno de los viajantes con los que más charlábamos y nos reíamos y con quien aún hoy seguimos teniendo contacto. Desde Santa Fe, venía Ramasotto, un proveedor que trabajaba y trabaja varias marcas de muy buena calidad y durante muchos años nos abasteció. También venían viajantes de molinos harineros de Matilde y Molinos “Rio de la Plata”.
La Panadería Miguelito cerró sus puertas a principios del año 2004, pocos días antes de cumplir sus 75 años. Ya fallecido papá, cada uno de nosotros decidió tomar rumbos diferentes para ejercer oficios distintos. Aunque, dos de mis hermanos siguen elaborando productos de panificación: uno en Clason y el otro en San Eugenio.
Hoy, hace 17 años que la Panadería dejó de existir, sin embargo nos alcanza con nombrarnos para que comiencen a aparecer recuerdos. La gente en la calle nos comenta anécdotas: recuerdos de tío Armando (mi tío abuelo de quien aprendí mucho y no solo de panadería), anécdotas de mi abuelo Miguel como la interminable vuelta para repartir el pan!! ya que comenzaba de mañana y terminaba entrada la noche. Muchos nos cuentan que él les daba de regalo siempre alguna tortita negra y la felicidad que eso provocaba. Recuerdos de mi papá, atendiendo, ayudando a la gente, paradito en la puerta contigua a la puerta del negocio, haciendo jarrita jaja. Recuerdan a mamá saliendo al estilo Fangio en la Chevrolet carrozada y más tarde en la Trafic Blanca.
Entonces, a veces pienso, que la Panadería no dejó de existir. Vive en la memoria del pueblo, en las anécdotas de la gente, en los recuerdos que a veces se agolpan en tristeza o en alguna carcajada.
Panadería Cosmopolita, haciendo honor a la mixtura de esa Italia que traían y esta tierra que los resguardaba.
Panadería Miguelito, haciendo honor a tres generaciones de Migueles panaderos.
Más allá del nombre, la “Panadería de Aimo” está guardada en la memoria de cada uno que la conoció y que conoció su gente.
Miguel Aimo y María Poliso, mis bisabuelos.
Foto 8. Año 43 aprox. Mis bisabuelos Miguel y María. Mi abuela Inés y mi papá Miguel.
Colaboraron con Fotos : Bibiana Brero y Ana María Aimo.