(Por Mary Mazza)
Sinceramente no sé si soy la indicada para hablar del tema, pero reflexioné y como nieta y sobrina de los dueños es muy emotivo poder hacerlo.
Los recuerdos de la infancia son imborrables y junto con hermanos y primos hemos vivido muy lindos momentos en ese lugar.
El dueño del hotel era Vicente Botta y su esposa Catalina Derossi «famosa Doña Cata», trabajaban junto a ellos sus hijos Nelo y Nicéforo con sus respectivas familias. La otra hija, mi madre, vivió con ellos hasta que se casó.
Todo esto sucedía alrededor del año 1930 según datos recogidos, pero no tengo seguridad de ello.
El Hotel estaba ubicado en calle Belgrano al 600 donde estuvo en otra época el bar Reviens, antes del salón Margarita, enfrente de la panadería Passerini-San Martino y el bar de la familia Canclini.
Se entraba directo al bar y comedor, continuaba el sector cocina y más al fondo estaban las 32 habitaciones, de un lado y del otro y un segundo piso. Se comunicaba a la calle San Martín donde también estaban los lavaderos y las cocheras, lo que hoy es el portón del Salón Margarita.
No había lujos, pero todo estaba impecablemente limpio, Doña Cata en eso era muy exigente, y la gente que concurría allí lo valoraba mucho.
El hotel hospedaba a muy pocos pensionistas y mayormente a los viajantes que venían a trabajar a la zona, pues en esa época no había nada online para hacer pedidos, ni Facebook, ni instagram.
Ellos venían de Rafaela, San Francisco, Cañada Rosquín, de Buenos Aires y hasta algunos de Mar del Plata. Se sentían como en su casa por la amabilidad con que eran atendidos y la comida tan buena que recibían.
Venían de lunes a jueves o viernes y muchos años después me he enterado que les gustaba tanto la comida que, los más cercanos, traían los domingos a sus familiares a almorzar a modo de paseo.
Nosotros estábamos invitados todos los domingos a comer con los abuelos, mi hermano Jorge y yo nos íbamos luego al matinée del Cine Moderno, era nuestra gran salida.
A veces cierro los ojos y veo la fuente de los tallarines caseros inundados de una exquisita salsa, eso no lo puedo olvidar y las carnes al horno muy jugosas.
Eso sí, mi abuela Cata no cocinaba para hacer dietas, su cocina era súper calórica pero muy rica.
Los tallarines los amasaba Nicéforo, era increíble como enrollaba la masa en el palo y la soltaba con fuerza sobre la mesa que rodaba hasta la otra punta y ¡era una mesa muy larga!
Yo miraba absorta como pasaban los platos en una pileta de agua muy caliente antes de servir, para que la comida llegue bien a la mesas.
Nelo era el mozo diligente siempre chistoso junto a Perico y Bernini, con los años le ayudaba Chiche su hijo más chico a acomodar mesas y observar que no faltara nada. Otra persona muy notoria era María Elena siempre dispuesta a la ayuda y colaboración, ya sea en la cocina o brindando unos lindos desayunos con su calidez de siempre. En la parte de adelante la presencia del abuelo Vicente transmitía su paz y la serenidad de su bonanza.
La abuela cocinaba cualquier cosa en su cocina a leña con grandes quemadores y su horno fuerte, era de hierro fundido negro, y siempre relucía.
En realidad, la especialidad de ella eran las tortas, SIEMPRE SE DESTACABAN, En este artículo mostraré la más solicitada, pero había cientos de recetas hermosas que quedaron para nuestra herencia.
A mi madre le enseñó mucho a cocinar y la verdad es que todos los 7 nietos de la abuela Cata y sus 14 biznietos han salido entusiasmados con la cocina.
Como hermoso recuerdo que me contaron fue que mi padre Andrés Mazza cuando se recibió de odontólogo se instaló aquí en Gálvez y supe que iba a almorzar al hotel junto a un grupo en una mesa junto a Rivolta, Maldonado, el Sr. Malavasi, el padre Balbiano, el gerente de la tienda La Liquidadora (actual salón Margarita hoy), una Jueza y otras personas.
Allí mi padre conoció a mi mamá Lide, se casaron y formaron una hermosa familia de por vida.
Las grandes fiestas como Navidad eran celebradas con gran entusiasmo por Nelo, con muchísimos fuegos artificiales. Me recuerda mi primo Daniel que a Nelo le encantaba tirar cañitas voladoras a discreción y en los Carnavales hacía junto con Canclini unas guerras de bombitas de agua muy risueñas, las tenía a disposición en el zaguán para los que estaban sentados en la vereda, pues el corso se hacía en la calle Belgrano. Junto con Canclini parecían dos niños grandes llenos de alegría.
Con el tiempo el hotel se traslada a la esquina de Rivadavia y San Martin (esquina sur oeste) llamándose Petit Hotel.
Bueno sería interminable contar las tantísimas experiencias vividas allí, pues fueron varios años, de vivencias familiares que uno en la vida las va atesorando como el patrimonio del corazón.
Agradezco este espacio para que mucha gente recuerde la historia de su ciudad a través de personas simples y sencillas dedicadas a su trabajo con gran esfuerzo y amor.
Fotos gentileza: Martín Botta, datos de las mismas: Daniel Botta, Raquel Botta, Jorgelina Cardoso y Pini Errifai.