El Clericó

(Por Laura Messina)

Infaltablemente clásico, para el postre de las mesas de navidad y fin de año, en la casa de los abuelos María y Giliberto. En estas ocasiones los comensales casi siempre superaban los 20.

Unos días antes, el abuelo se encargaba de traer de Coronda, donde tenía su casita de fin de semana, los duraznos frescos de una quinta y las inigualables frutillas. Me parece verlo entrar caminando por el zaguán de la casa, con sus tiradores y los canastos de mimbre, uno lleno de duraznos y otro lleno de frutillas.

Los duraznos frescos de quinta recién cosechados, eran de una familia amiga, a la dueña la llamaban “la paisana”, la conocí y la recuerdo. Era de agarrarte la cara y darte una seguidilla de besos sonoros que me dejaban sorda y las frutillas eran de “Lucilo”, un señor solitario que vivía cerca de la costa del río, amigo del abuelo de años.

Conseguir la materia prima principal y el acarreo competía al abuelo y la abuela era la encargada de comprar en la verdulería el resto de las frutas: manzanas, naranjas ciruelas y bananas, en esa época no había kiwi.

En la mañana del festejo, la abuela María se instalaba en la cocina y sentándose en la punta de la mesa, comenzaba a lavar y pelar toda la fruta. Una costumbre que tenía cuando estaba entusiasmada en su labor, era de silbar bajito, un signo de alegría y cariño en su tarea.

La cortaba sin ninguna forma en especial y la iba colocando en una gran olla de aluminio, una vez que estaba toda la fruta lista, le agregaba jugo y azúcar y la llevaba a la heladera. Ese tiempo en la heladera, hacia que los zumos de las frutas sumaran sabor a la preparación.

Cuando era el momento del postre, se preparaba el cucharon, y lo servían en la copa. ¡Eso sí! el abuelo una vez que le llenaban la copa, le agregaba vino dulce, ese agregado era sólo para los adultos y muchas veces repetían la porción.

Es una preparación sencilla y que se hacía únicamente para esas fiestas. Por supuesto que si sobraba se comía al día siguiente.

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