(Texto de Susana Ballaris, Transcripción de la entrevista, 1996. Aporte de su nieta Marina Quinteros.).
En un día cualquiera, de un mes cualquiera del año 1996 compré un grabador para oficiar de periodista. Comencé a recorrer las calles de la ciudad, y con su ayuda empecé a capturar historias de vida.
En ese dispositivo se encontraron narrativas de Roberto Primón, fotógrafo. María Elena Petzold de Ciconi, maestra de piano. Nelly de Panzerini, con sus historias del diario La Capital. Adela de Maggioni, lavaba y planchaba los guardapolvos del vecindario. Edy Capdevielle, tenista. Marcelo Szretter dueño de una botonera. Don Félix arriero. José Luis Para y Marcelino Lapassini, herreros ellos. Y así, así, asá…Pocholo Solís, Gladys Toninetti. Don Américo Perletti, el ferrocarrilero. Susana Rad, la maestra y la historia de la tienda Attala, por Aníbal. Mario Terisotto y las historias del cine Moderno. Horacio Púzzolo, Casa Rosa, flia Questa y muchos más…de sus propias voces o de familiares. Así llegué hasta Doña Rita Quinteros
Entrevisté a Doña Rita Quinteros, en ese mismo año 1996, y lo primero que hizo con su delantal atado en la cintura y pintado de harina, fue llevarme al interior de su casa y así me mostró los manteles almidonados que estaban envueltos, sobre un mueble, y que luego, serían entregados a sus clientas. Parecía mentira que ese cuerpo medio bajo y que se tambaleaba al caminar pudiera tener tanta fuerza y tender, en esa soga larga, larga en su patio, todo ese mar blanco de prendas , tan sedosas como sus pastas de todos los días. Todas esas prendas tan blancas. Poco pude rescatar de la vida de Doña Rita, sus recuerdos eran nada más que trabajo y trabajo. Y su hoy era preparar “solamente en segundos” la masa de unas ricas tortas fritas. Me pregunté: ¿cuándo descansa Doña Rita?
Aquí a través de lo escrito me parece escuchar su voz. “Estoy aquí entre cacerolas, una máquina de hacer pastas y un mesón repleto de masa. Ésta es mi vida. En esta cocina larga, que recibió las refacciones de los tiempos, calle General López 323. Muchas veces me encontró la madrugada, a las dos, a las tres, a las cuatro todavía trabajando o sino al contrario, en esos horarios me levantaba, Y así amasaba lo que luego, sería mi pequeña empresa de ventas de fideos, ravioles, empanadas, churros, tortas fritas, bolas de fraile, pastelitos, pan dulce, pan de leche. Y así sigue relatando su vida pequeña llena de harina y de tortas fritas como soles.
“Comencé con una cocina de dos hornallas y luego pasé a tener cuatro cocinas a kerosene. Venían a buscar mis empanadas desde cualquier lugar de la ciudad, no sé por qué se hicieron famosas, los días fuertes eran los viernes, sábados y domingos. Y en pleno invierno, me acompañaba un braserito. También hago pan casero y en la cocina albergo a mis amigas. Siempre hay gente tomando mate y saboreando mis tortas fritas, no sé en qué momento las preparo, en diez minutos hago la masa y nadie se va de mi casa sin comer una. Sí, trabajé mucho, la verdad que mucho, porque no solamente cocinaba sino lavaba ropa para afuera, planchaba largos manteles blancos y los almidonaba, sábanas, cubrecamas y también zurcía.»
Doña Rita recuerda su infancia y cuenta: “mi infancia fue tan pobre, viví en el campo y no recuerdo haber tenido muñecas ni otro juguete, mi papá iba al pueblo y siempre alguna cosita nos traía, pero no puedo contar nada porque no tengo ningún recuerdo, ni tampoco donde vivía, no sé no recuerdo mucho”. ¿Querés venir a ver los manteles que he lavado?- me dice. Y agrega- ¡están blancos pero son tan pesados! Y me lleva a su dormitorio y sigue hablando y sigue hablando al compás de los movimientos de su cuerpo, con los hombros medio encorvados.
Ah, también lo que sí tengo es, dos hermanas Catalina y Constancia, Catalina de Portillo que tiene el kiosco en calle Belgrano, cuyo esposo trabajó de guarda de tren. Ellos comenzaron como repartidores de diarios y revistas hasta que poco a poco fueron ampliándose y hoy tienen el kiosco. Muy pocas veces voy de visita a la casa de mi hermana Catalina pero mi cuñado viene a cebarme mate y a veces me ayuda a freír los churros.
Catalina también tuvo una infancia difícil, luego nos abrimos. Ella se fue a vivir con la otra hermana Constancia y poco nos vimos, ya que yo quedé con mi mamá. De chicas trabajábamos, en casas de familia. Desde su dormitorio volvemos a la cocina. Y siempre con sus manos activas preparando masa, me cuenta: ¿Mi papá?, se llamaba Rodolfo González y mi mamá María Perrune. Me casé con Macario Alejo Pablo Quinteros, que era changarín y tuvimos a nuestro único hijo Hugo y hemos vivido y vivo en calle General López 323. Me aclara que mucho no puede contar porque antes no se hacían tantas preguntas y no se sabía demasiado de la familia. Y me dice, casi en voz baja, como para sí. -Sí trabajé mucho pero traté de no quejarme nunca.
Te cuento que llegué a hacer más de mil empanadas para fiestas y ni hablar de los ravioles para casamientos. Recuerdo con mucho cariño a Chongo Rampone, muy buen cliente, los hermanos Ceci, de la Tienda Ceci, Rotary Club, Elda Remorino, Flia. Prialis, la Flia Chiozzi, José Marcos Molinari, la mamá del doctor Baetti, Tampoco puedo olvidar a mis ayudantes Sonia y Vicenta y decirles que la carne con que rellenaba las empanadas eran de primera calidad. Bueno Susana, esta es mi vida, es lo que te puedo decir, pero ¡Sí! quien haya probado mis empanadas, mis tortas, mis panes de leche, mis ravioles, los churros, bueno… ellos podrán hablar por mí-
Y así, seguimos charlando, charlando, y en ese trayecto me contó que en ese patio, en esa cocina, se acunó a una beba, de nombre Marina. Su nieta. Al salir, me acompañaba el sonido de sus chancletas caminando desde el dormitorio y cruzando el patio… Así, así, asá fui alejándome de la calle General López.
Doña Rita
Productos elaborados por su nieta, Marina, quien heredó todos los conocimientos de su abuela.