“Chichin” Capitanelli, el mozo de Prus

Susana Bacarella de Capitanelli nos comparte un recorte de diario que atesora con orgullo y amor, la nota fue hecha el 11 de agosto de 2007, a Luis “Chichin” Capitanelli.

Transcripción de la nota del Periódico El Informante, sección Personas y Personajes. Por Solapa.

“Camino hacia la casa de mi entrevistado de hoy y recuerdo que en pocas horas festejamos el Día del Niño. También pienso que no todo es regalar un juguete y que el personaje que entrevistamos hoy tiene la “dicha” de fabricar helados, delicia de los chicos y grandes. Él es fundamentalmente un mozo, tiene 44 años de trayectoria y con honestidad ha construido su casa, comprado su auto y armado una familia, con dos hijos y dos nietos.

¿Quién no fue atendido alguna vez por él? Lo llamo – como el sketch de Operación Jaja – “el mozo del bar de la esquina”, y es Luis Alberto Capitanelli, “Chichin” para todo el mundo.

Sobre los primeros años de su vida me cuenta que estudió en escuela de campo: “Hice hasta sexto grado en la 6.208, que es la que está en la ruta entre Arocena y Gálvez. Tenía un maestro, un hombre grande de apellido Vergara de la ciudad de Coronda”. Cuando terminó la primaria, la familia se vino a Gálvez; “Éramos muy humilde y ninguno podía seguir estudiando, por lo que ayudábamos a mi papá a trabajar en el campo. Yo sacaba la leche y hacía de agricultor; araba, andaba en el tractor”.

En 1963 y a los 17 años, “Chichín” tendría – como dice él mismo – su primer trabajo oficial y el que desempeñaría toda su vida, en Heladería y Confitería “Prus”. “Allí empecé y hacíamos los primeros sándwiches, que eran panchos en pan de pebete. Luego se hicieron de jamón y queso y posteriormente de pollo”, recuerda. Más tarde se venderían de pan de miga – “que al principio en Prus no se hacían, sino que se compraban en Barrancas”- y luego sí, con la estructura ya armada, se anexaron carlitos y las demás especialidades.

– Vos como mozo, ¡cuántas conversaciones que habrás escuchado! Parejas que hoy son matrimonio, discusiones, en fin…
– Uno las guarda para sí, a veces hace bromas o comenta. Pero cuando veo a tantos chicos que atendía y hoy pasan por la vereda con sus hijos, me doy cuenta de lo que hace que estoy trabajando aquí. Hay familias que vinieron con sus hijos chiquitos y hoy, atiendo esos chicos ya grandes; de algunas familias ya llevo atendidas cuatro generaciones. Le debo todo a la gente, hasta las más grandes satisfacciones que tuve.

– ¿Alguna vez alguien se te fue sin pagar?
– Recuerdo que una noche, dos mujeres se levantaron y se fueron, pero esa sola vez. Ocurre que yo le doy a la gente mucha confianza, desde los niños de 12 años hasta los abuelos de 90, y siempre con respeto.

– ¿Cómo es el trabajo y la gente en un sábado por la noche?
– Temprano vienen los chicos jóvenes. A eso de las 8 y media se van para prepararse para salir. Entonces llegan quienes salen de misa, luego vienen las familias y tipo 12 y media vuelven los chicos con las novias, las chicas solas…

– Y como en todo bar, existen los habitués. Vos, ¿ya sabes cuando llegan lo que quieren pedir?
– Y sí… Imaginate que a esta altura soy el mozo más viejo (risas). Nadie en la historia de Gálvez ha trabajado 44 años como empleado y en el mismo lugar. Al que está todos los días en la mesa, ya ni le pregunto. Si al que viene ocasionalmente, como una vez por semana o cada quince días.

– En cuanto a las bebidas, ¿qué es lo que más se pide?
– Lo que se acostumbra tomar es la cerveza y el fernet con coca. Se dejó de lado el hábito del vermouth, y de las bebidas alcohólicas fuertes, sólo se pierde whisky. Al principio vendíamos copetín y después el vermouth. Los sábados por la mañana, teníamos 50 o 60 personas tomándolo, hoy si lo toman 10 es mucho y se cambió por el vino, lindo pero no caro, porque entre los clientes no hay poder adquisitivo para los buenos vinos. Y sí, que no les falten ingredientes.

– ¿Y cómo es, además, en hacer helados?
– Yo aprendí cuando el helado se hacía con huevo y se hervía la leche. Un día Prus me preguntó si quería aprender, y me fue enseñando hasta que me dejaron hacerlo solo. Cuando las cosas fueron mejorando, hicimos cursos en Buenos Aires, Rosario, Santa Fe, Córdoba y cada dos años seguimos haciéndolos, porque tenemos que estar actualizados. Hoy ya viene todo hecho, todo en polvo y de otra calidad. Supongo que si hoy siguiéramos haciendo el helado que yo hacía cuando empecé, no lo tomaría nadie.

– Sin embargo, en otras épocas no había nada como esos helados…
– ¿Cuáles son los sabores que más has vendido?
– Sin duda, chocolate, dulce de leche, vainilla, limón y crema rusa.

– ¿Que anécdotas, buenas o malas, recordás del bar?
– Tuve mayormente alegrías, recuerdos y amigos que te hacen sentir bien. En la mente me quedó una anécdota muy grabada; una noche, había una familia tomando con una nenita de tres o cuatro años. La mamá estaba embarazada y yo estaba gordo, y la chiquita se me acerca, me toca la panza y me dice: “Acá vos tenés un bebé”.

– Una clásica de los mozos es la caída de bandejas…
– Me pasó una vez con una señora que vino a tomar un café con el marido por la mañana. Cuando le sirvo a ella, me levanta el brazo de golpe y me golpea el café; la ensucié y me puse muy incómodo, pero la señora me dijo; “No te hagas problemas, que la culpa fue mía”. El secreto de llevar bien la bandeja, son los años de trabajo.

– Y para despedirnos, ¿qué le dirías a los nuevos mozos?
– Les aconsejó que siempre traten de ser los mejores, pero que no se crean el mejor.

Allí nos despedimos, pero, aunque ya era tarde, y “Chichin” no estaba en el trabajo, nos hicimos un tiempito y me sirvió un café.”

Foto 1: Luis “Chichín” Capitanelli en su puesto de trabajo.
Foto 2: Chichín en la barra del bar Prus junto a Antonio Prus.
Foto 3: recorte de diario de donde extrajimos el relato.

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